Inicio Destacados Una poderosa y desoladora reflexión sobre ser inmigrante

Una poderosa y desoladora reflexión sobre ser inmigrante

Las flores, las rosas, las naturalezas muertas de Ana Patricia Palacios han estado presentes en su obra desde finales de los años 90. Su fuerza es innegable. Hay muerte, belleza y una desolación interna en sus tallos doblegados y sus pétalos moribundos.

Fernando Gómez

En su nueva exposición en LA Galería, en Bogotá (calle 77 n.º 12-02), esas mismas flores adquieren una nueva dimensión. Y no solo por su tamaño.

La exposición habla del drama de los inmigrantes, de sus marchas forzadas por mar o por tierra, de zapatos gastados, frío e incertidumbre. En la sala alterna de la galería, Palacios presenta un video en el que se resume de manera azarosa la travesía de los venezolanos que llegan a Colombia: su paso por Cúcuta con unos equipajes tristes –bolsas de plástico con ropa o comida, un colchón en el hombro o apenas las ganas de escapar de realidad y avanzar hacia el sur–.

¿Su destino? Bogotá, Quito, Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires. El video ofrece sus imágenes más dramáticas en el páramo de Berlín, en el paso de un Santander al otro, cuando esos mismos inmigrantes, en shorts y camisetas y sus pocas pertenencias, tienen que enfrentarse con el frío y 3.200 metros de altura.

La gente tiene que atravesar continentes enteros a pie”, dice Palacios. Y los cuadros de la exposición dejan en evidencia esa realidad. El video está hecho de imágenes de noticieros. Los cuadros, por su lado, tienen como base, o como soporte, fotos de prensa. Palacios las imprimió en gran formato y trabajó con carboncillos y pasteles sobre ellas. Y en esas imágenes aparecen caminantes, inmigrantes venezolanos que tienen que dormir en la calle en las pausas de su travesía, o ciudadanos africanos que apenas con un chaleco salvavidas de dudosa calidad se aventuran apretujados, sin ningún tipo de seguridad de llegar a ninguna playa, en las célebres pateras.

Además de los cuadros, hay dos secciones de dibujos; en los primeros puede ‘leerse’ el destino posterior de esos inmigrantes: el mundo del rebusque, la soledad de las grandes ciudades o el de las pequeñas tragedias y grandes tragedias de los pueblos. Son dibujos en los que se sienten la pobreza, el sudor y la desesperanza. El cansancio del día a día.

En una especie de pausa, hay una escultura de dos botas cubiertas de pintura dorada: hay riqueza y una realidad atroz. Son las botas con las que se identifica a los guerrilleros o a los mineros en zonas prohibidas o a las personas que encuentran en ellas la mejor manera de avanzar. La obra tiene una particularidad: son botas de niño.

El último conjunto de dibujos es una serie de autorretratos. Su personaje no para de moverse y de cavilar. En un par de dibujos patea un balón con la forma de un mapamundi. “Esa serie la hice durante el 2020. En mi cabeza se unieron la pandemia y el drama de los inmigrantes”, dice Palacios.

Y en ese momento su monumental y bellísima escultura de hierro y cemento cobra otro sentido. Sus tallos doblados. Sus pétalos agonizantes. Su inutilidad en una maceta de cemento. Toda la tristeza del mundo se viene encima.

Y las flores que deberían celebrar el amor y la vida se ven como lo que son: una naturaleza muerta descomunal.

Las flores, las rosas, las naturalezas muertas de Ana Patricia Palacios han estado presentes en su obra desde finales de los años 90. Su fuerza es innegable. Hay muerte, belleza y una desolación interna en sus tallos doblegados y sus pétalos moribundos.

FERNANDO GÓMEZ ECHEVERRI
Editor de Cultura
En Twitter: @LaFeriaDelArte

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Las flores, las rosas, las naturalezas muertas de Ana Patricia Palacios han estado presentes en su obra desde finales de los años 90. Su fuerza es innegable. Hay muerte, belleza y una desolación interna en sus tallos doblegados y sus pétalos moribundos.

Fernando Gómez

En su nueva exposición en LA Galería, en Bogotá (calle 77 n.º 12-02), esas mismas flores adquieren una nueva dimensión. Y no solo por su tamaño.

La exposición habla del drama de los inmigrantes, de sus marchas forzadas por mar o por tierra, de zapatos gastados, frío e incertidumbre. En la sala alterna de la galería, Palacios presenta un video en el que se resume de manera azarosa la travesía de los venezolanos que llegan a Colombia: su paso por Cúcuta con unos equipajes tristes –bolsas de plástico con ropa o comida, un colchón en el hombro o apenas las ganas de escapar de realidad y avanzar hacia el sur–.

¿Su destino? Bogotá, Quito, Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires. El video ofrece sus imágenes más dramáticas en el páramo de Berlín, en el paso de un Santander al otro, cuando esos mismos inmigrantes, en shorts y camisetas y sus pocas pertenencias, tienen que enfrentarse con el frío y 3.200 metros de altura.

La gente tiene que atravesar continentes enteros a pie”, dice Palacios. Y los cuadros de la exposición dejan en evidencia esa realidad. El video está hecho de imágenes de noticieros. Los cuadros, por su lado, tienen como base, o como soporte, fotos de prensa. Palacios las imprimió en gran formato y trabajó con carboncillos y pasteles sobre ellas. Y en esas imágenes aparecen caminantes, inmigrantes venezolanos que tienen que dormir en la calle en las pausas de su travesía, o ciudadanos africanos que apenas con un chaleco salvavidas de dudosa calidad se aventuran apretujados, sin ningún tipo de seguridad de llegar a ninguna playa, en las célebres pateras.

Además de los cuadros, hay dos secciones de dibujos; en los primeros puede ‘leerse’ el destino posterior de esos inmigrantes: el mundo del rebusque, la soledad de las grandes ciudades o el de las pequeñas tragedias y grandes tragedias de los pueblos. Son dibujos en los que se sienten la pobreza, el sudor y la desesperanza. El cansancio del día a día.

En una especie de pausa, hay una escultura de dos botas cubiertas de pintura dorada: hay riqueza y una realidad atroz. Son las botas con las que se identifica a los guerrilleros o a los mineros en zonas prohibidas o a las personas que encuentran en ellas la mejor manera de avanzar. La obra tiene una particularidad: son botas de niño.

El último conjunto de dibujos es una serie de autorretratos. Su personaje no para de moverse y de cavilar. En un par de dibujos patea un balón con la forma de un mapamundi. “Esa serie la hice durante el 2020. En mi cabeza se unieron la pandemia y el drama de los inmigrantes”, dice Palacios.

Y en ese momento su monumental y bellísima escultura de hierro y cemento cobra otro sentido. Sus tallos doblados. Sus pétalos agonizantes. Su inutilidad en una maceta de cemento. Toda la tristeza del mundo se viene encima.

Y las flores que deberían celebrar el amor y la vida se ven como lo que son: una naturaleza muerta descomunal.

Las flores, las rosas, las naturalezas muertas de Ana Patricia Palacios han estado presentes en su obra desde finales de los años 90. Su fuerza es innegable. Hay muerte, belleza y una desolación interna en sus tallos doblegados y sus pétalos moribundos.

FERNANDO GÓMEZ ECHEVERRI
Editor de Cultura
En Twitter: @LaFeriaDelArte

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