
Por Marja Morante
«‘Once Upon A Time in Venezuela’, de Anabel Rodríguez Ríos, es un documental que ha sido elogiado internacionalmente y que narra la inexorable desaparición de Congo Mirador entre las marrones aguas del lago de Maracaibo.
Es el retrato de la eterna dualidad que ha perseguido al gentilicio venezolano…
Y es que así como la mayor reserva petrolífera de América representa la fortuna para unos y la desgracia para otros, lo mismo ocurre con la migración:
No existen dos historias semejantes.
En una época en la que más de 5,4 millones de venezolanos hemos tenido que migrar, víctimas de la pobreza y la crisis social, no todas las historias son iguales; hay quienes han tenido que atravesar el altiplano a pie y quienes han podido, afortunadamente, tomar su última foto junto a la cromointerferencia de color aditivo de Carlos Cruz-Diez en Maiquetía.
Mi despedida de Venezuela fue de esas pocas afortunadas.
Mi llegada a España no tanto.
Cuando la realidad y las expectativas apuntan en direcciones diferentes
“Menganita tiene 3 años en Estados Unidos y le ha ido genial”.
“Sutanejo ya tiene casa, carro y está trabajando en lo que le gusta”.
“¿Y viste que perencejo ya logró llevarse a su mamá?”
Lo cierto es que no hay nada más contraproducente que irte a otro país creyendo que la experiencia de otros tiene que ser igual a la tuya.
Y a pesar de conocer personas que sí estaban ejerciendo dentro de la profesión para la que se habían preparado, lo cierto es que las estadísticas arrojan un número mucho menos alentador.
Lo que lógicamente hacía que dudara de mis posibilidades para ejercer de nuevo el periodismo, la carrera con la que salí de la Universidad Central de Venezuela.
Por lo que mi primera equivocación fue insistir en incursionar en la hostelería asumiendo que “con un restaurante nada puede salir mal”.
Así fue como invertí todos mis ahorros en un sector desconocido y en un país nuevo, creyendo que era una apuesta segura.
Lo cierto es que en 2018 quise traer a Valencia el concepto de comida callejera caraqueña y con toda la ilusión del mundo aposté mis cartas a “Calle L’hambre”: el restaurante.
Una propuesta al mayor estilo de los perrocalenteros de La Trinidad que, a ojos de cualquier coterráneo, resultaba un acierto tremendo: no era descabellado, la nostalgia de “una hamburguesa con todos los juguetes” era muy fuerte.
Y me tardé un año en entender que ningún restaurante podría “pegarla del techo” sin tener antes un buen plan, por lo que no resultó y me tocó cerrar.
Ahí estaba yo, sin trabajo y pensando en cuál podía ser mi próximo intento.
Nunca subestimes las luces de un curso para desempleados
Decenas de candidaturas rechazadas en los portales de empleo, procesos de reclutamiento hostiles y complejas pruebas de selección.
Cantidad de currículos que, seguramente, acabaron en la papelera de cientos de empresas me llevaron a concluir que el problema podía ser mi propuesta.
Por eso, decidí apuntarme en un curso gratuito de marketing digital para autónomos con negocio.
Y es que aunque ya no tenía negocio y había dejado de ser autónoma, necesitaba entender qué era ese “algo” que se me estaba pasando por alto.
Fue en ese curso sencillo que logré entender que solo debía encontrar laalternativa digital a lo que ya sabía hacer: escribir.
Entonces reavivaron mis deseos de prepararme y de intentarlo las veces que fuera necesario.
Y en lo que consideré un gran golpe de suerte, llegaría mi gran oportunidad: una devolución de Hacienda que me serviría para invertir, no en uno… Sino en dos másteres simultáneos: copywriting y marketing digital.
Finalmente, tenía en mis manos la oportunidad de lanzar una recta de 90 millas.
Y el COVID contraatacó con un batazo monumental
Sin embargo, en la vida como en el béisbol, el juego no se termina hasta el último out.
Y en un contexto difícil en el que cientos de empresas buscaban comunicar mejor el mensaje que transmitían en sus canales digitales estaba yo:
Lista para hacer lo que ya sabía, con las nuevas herramientas que me había permitido adquirir y con la disposición de demostrar que fuera de nuestras latitudes también podemos forjarnos un nombre.
Si cambian los hábitos de compra, la forma de consumir información y hasta la manera de trabajar, ¿por qué no habría de cambiar mi suerte?
Ahí estaba, confinada como el resto del mundo y en igualdad de condiciones con cualquier otro que ofreciera sus servicios en modalidad remota.
¿Por qué esta vez no habría de salir bien?
A diferencia de mi primer intento, esta vez no solo tenía el deseo de llegar a un lugar: también me acompañaba un objetivo.
Y hoy, un año más tarde, después de haber conseguido como copywriter y especialista en marketing digital trabajar con clientes de la talla de Engel & Volkers, La Escuela de Copywriting o la Sociedad Española de Esclerosis Múltiple he descubierto que lo que me separaba del destino profesional que quería no era la nacionalidad, era el miedo al fracaso.
Emigrar con una idea de negocio no te ofrece algún tipo de garantía, pero hacerlo con un propósito claro y la intención de aprovechar cualquier oportunidad por pequeña que parezca, más tarde o más temprano te ayudará a sacarla de jonrón.
Nota de prensa