La delincuencia y la recesión siguen desplazando a los ciudadanos así como la represión sistemática, que este año causó que 50,000 buscaran asilo en el exterior.
GIDEON LONG Y JOHN PAUL RATHBONE
Diomira Becerra supo que era el momento de salir de Venezuela cuando llevó a su hija de cuatro años al parque local en Caracas y vieron a un hombre que murió a tiros a plena luz del día. “Esa fue la gota que derramó el vaso. Salí al día siguiente”, dice la exprofesora de 34 años de edad.
Desplazados por el aumento vertiginoso de los niveles de delincuencia y una recesión paralizante, cada vez más venezolanos toman la misma decisión todos los días. Al huír del que alguna vez fue el país más rico de América Latina, personas que anteriormente trabajaban como médicos e ingenieros, choferes de camión y fisioterapeutas, ahora laboran en supermercados en Londres y como mucamas en Madrid, conducen para Uber en Miami o pintan casas en Bogotá, limpian mesas en Buenos Aires o lavan ventanas en Barranquilla.
El éxodo es la dimensión humanitaria internacional de las diversas crisis internas de Venezuela y al posible incumplimiento de pago de 150,000 millones de dólares (mdd). Después de un rescate financiero parcial de Rusia, el gobierno socialista del presidente Nicolás Maduro afirmó que su estrategia de reestructuración de la deuda está funcionando para “el continuo bienestar del pueblo venezolano”.
Los números sugieren otra cosa. Hasta 2 millones de venezolanos, de un total de 30 millones, hoy viven en el extranjero y las cifras aumentan con rapidez a medida que el país se hunde en la hiperinflación, la crisis de la deuda y el autoritarismo.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) documentó que las políticas del gobierno buscan “reprimir sistemáticamente… e infundir temor” a casi 50,000 venezolanos quienes buscaron asilo en 2017.
Van a todos lados. En Estados Unidos (EU), ahora los venezolanos se encuentran en la parte superior de la lista de personas que solicitan asilo, por delante de México, China, Guatemala y El Salvador. En España, las solicitudes de venezolanos superan a las de Siria y Ucrania, de acuerdo con la Comisión Española para la Ayuda al Refugiado.
TE RECOMENDAMOS: Maduro nombra a un militar como presidente de petrolera PDVSA
“Mi peor pesadilla… es Venezuela”, admitió este mes, Juan Manuel Santos, presidente de Colombia. “Si ocurre una implosión allí, no es que vayamos a recibir a 500,000 personas, ya están aquí. Es que serán millones”.
Maduro tuiteó cinco días después, en su característico estilo: “¡Por supuesto que Venezuela de… Hugo Chávez es la pesadilla de los oligarcas de Colombia!”.
2 millones de venezolanos viven en el extranjero de un total de 30 millones.
La economía de Venezuela, desgarrada por una grave escasez, se redujo en un tercio en cinco años, una contracción peor que la que sufrió EU durante la Gran Depresión. El próximo año, el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica una nueva contracción de 6% y una inflación de 2,000%. Maduro no ha permitido que la ayuda humanitaria ingrese al país.
“Muchos de los inmigrantes compran y venden productos aquí y regresan a Venezuela el mismo día, pero cada día algunos optan por quedarse”, dice Martín Martínez, representante del ministerio de Hacienda de Colombia en la ciudad fronteriza de Cúcuta. Muchos van a la costa de Colombia. En Barranquilla, un puerto del Caribe, la llegada de venezolanos abrumó al sistema de salud, de acuerdo con los trabajadores locales, con un aumento en las tasas de VIH, ya que los adolescentes venden sexo por menos de un dólar.
Otros ofrecen serenatas como mariachis. Algunos trabajan bajo el sol ardiente. Jhonny Palacios, de 32 años, un exingeniero civil, vende plátanos fritos en una esquina. “En un buen día, gano cerca de 3 dólares”, dice. Su esposa hace lo mismo. Juntos envían dinero a su madre, quien cuida a su hijo.
La migración es un claro cambio para Venezuela, un país que tiene las reservas de energía más grandes del mundo y tradicionalmente es un país de inmigrantes, sobre todo de Europa.
El cambio es en especial duro para los colombianos. Muchos de ellos alguna vez escaparon del conflicto civil en su país impulsado por las drogas, para buscar la prosperidad en Venezuela, una nación rica en petróleo. Ahora regresan. Después de vivir en el extranjero por décadas, el colombiano Juan Fernando Cuéllar regresó el año pasado con su esposa venezolana y sus tres hijos.
“Tiene un impacto en nosotros”, dice en un apartamento modesto en las afueras de Cúcuta, donde su familia se las arregla entregando volantes. “Lo peor que le puedes hacer a la gente es afectar sus bolsillos y sus estómagos. Desafortunadamente, no es por su culpa, pero eso es lo que los venezolanos le hacen a los colombianos”.