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Lo que hay que hacer en Venezuela

Escrito por Leocenis García | @LeocenisOficial
Caracas, 01 de mayo de 2017

¿Quién ha dicho que volver a empezar es fracasar? Volver a empezar es volver a soñar, es volver a vivir. Cuantas veces sea necesario, debemos seguir insistiendo. No aceptemos, no permitamos, quedarnos pensando en lo que pudo haber sido. Volver a empezar supone una enorme fe en nuestra propia fuerza, supone también la decisión de tomar un tiempo, un camino difícil, lleno de grandes sin sabores, que nos harán llegar definitivamente a una época de abundancia y prosperidad sin precedentes.

Ningún hombre es una isla. Nadie baja de una montaña con el conocimiento, como el iluminado  Zaratustra al que Nietzsche le da la vida para ir predicando -como un loco recién salido de un manicomio- hacia dónde y por dónde hay que enrumbarse. Así que pretendo ser lo más honesto es este sentido. La solución que expongo, es decir, todo cuanto ha de hacerse «el día después», ya ha sido puesto en práctica en diversas partes del mundo donde los hombres decidieron alejarse del colectivismo, el culto al estatismo y los controles. Así que esta no es una fórmula nueva, es la única forma que el país lleva rechazando por años, luchando contra ello como un guerrero plantado frente a los molinos de viento.

Los problemas de la Venezuela actual son graves, pero no son de reciente origen, esto es una verdad incómoda. Tales circunstancias surgieron de la tendencia al socialismo desde 1958, y la cada vez mayor intervención del Estado en la vida del país. Esta situación invariablemente cultivada por los dos partidos del establishment, Acción Democrática y Copei, alcanzó un clímax terrible durante el régimen chavista.

Nuestra nación es un ejemplo de cómo la restricción a la libertad económica afecta a otras libertades y el derecho a la propiedad. Tanto el acuerdo constitucional de 1961 como el de 1998, constituyen una suerte de salmo al estatismo, concebidos de tal forma que es imposible una economía libre. Dichas constituciones han dicho respetar la propiedad privada, pero son tantos los puntos, las comas,  y los pero que le siguen, que la verdad es que lejos de garantizar sus derechos, los confiscan.

Las constituciones aupadas por los socialdemócratas y luego por los socialistas bolivarianos permitían un poder estatal casi sin límites. A la par de esto, sus chamanes, los intelectuales a su servicio le atribuyeron tales poderes mágicos, que no tenía otro camino que crecer desenfrenadamente, interviniendo en la salud, y la muerte de las personas, en el cielo y en el infierno. El Alfa y el Omega, como el Cristo triunfante de la visión del apóstol Juan en el Apocalipsis. Estando así las cosas, está por delante la obra aún no comenzada de desmontar el andamiaje sobre el cual se instituyó el modelo colectivista que hundió a Venezuela. La tarea no solo es ardua, sino extremadamente compleja. Exige una nueva visión del país, basada en una ética de la autoestima del país y no de su sacrificio altruista.

Reclama un nuevo acuerdo constitucional, con un solo propósito: Limitar los poderes y atribuciones del Estado. Esa tarea exige una rápida y profunda discusión, que  clarifique que los derechos naturales de un ciudadano están  antes – y por encima del Estado, del gobierno, de las constituciones y de cualquier mayoría circunstancial. Quiero  ser enfático al afirmar que  el asunto no consiste en sacar a unos socialistas y sustituirlos por unos socialdemócratas, no. Para mí la solución radica en reinstitucionalizar el país.  

Cuando cambiemos un convenio constitucional que se abstenga de ir  contra el mercado, contra la libertad económica, y en definitiva, contra el derecho a la propiedad inviolable, y en definitiva, contra la libertad, el país comenzará a enrumbarse. Dicho de otra forma, una Constitución totalmente distinta a las de 1961 y la 1999. El país hoy reclama un proyecto de libertad con mayúscula. Y será el proyecto liberal el que haga entrar a Venezuela a la prosperidad, y retornar a la democracia verdadera, no la de utilería, que hoy tenemos, maltratada y sin vocación real por la gente.

Esto  exige obviamente remar contra la corriente, y tener coraje para oponerse al  populismo  como catecismo, y presentar con convicción las ideas que defendemos. Venezuela tiene hoy dos problemas (lleva 50 años teniéndolos con sus bajas y subidas), el primero es la inflación, el impuesto encubierto; y el segundo la ausencia de un mercado libre, que impide el despegue económico de nuestra nación.

La inflación es un fenómeno de los gobiernos, pero sobre todo de aquellos con controles, y con tendencia populista, los cuales necesitan imprimir dinero. Esto pasa desapercibido en muchos lugares donde este fenómeno sucede, mientras usted lee artículo. Sin embargo, Venezuela bajo el yugo del chavismo vivió una situación tan increíble, la gente anduvo con carretas de billetes que en diciembre (2016) el propio gobierno les pidió llevar a los bancos (cuando la inflación hizo perder la fe en la banca como mecanismo de ahorro) que es casi impensable que un venezolano dude de esta tesis: si hay mucho dinero en la calle, hay mucha inflación. Si se imprime mucho dinero, muy pronto vale poco.

Ahora bien, he dicho que la inflación es un fenómeno, no estrictamente, pero sí usualmente vinculado al populismo más irresponsable. La única fuente de producción de dinero en Venezuela es el gobierno. ¿Para qué se usa? Para pagar los gastos del gobierno y esta es la fuente fundamental de la inflación. Esto produce mucho papel moneda en la calle, y muy poco dinero real. Nadie quiere quedarse con sus billetes más tiempo del necesario. De esta forma se estrangula a la estructura financiera, o sea, las instituciones de capital y el mercado de capital conjunto. En un ambiente así, es difícil que la gente tenga incentivos para ahorrar. Un requisito fundamental para que Venezuela tenga un crecimiento en los próximos 10 años, es el establecimiento de un mercado de capitales sólidos.

Para conseguirlo hay que destruir la madre de la distorsión: La inflación. Hay un solo camino y es reducir los gastos del gobierno. En Chile, el gobierno del presidente Pinochet por las recomendaciones de Milton Friedman hizo una reducción del 20% al 25%. Durante los últimos años he leído las recomendaciones del brillante Ricardo Hausmann y Miguel Ángel Santos, dos venezolanos fuera de serie, ellos recomiendan la eliminación del déficit fiscal como fuente de inflación, recurriendo entre otras cosas pidiendo préstamos en el extranjero. Y eso está bien como un plan de transición, pero sería una negación de la realidad, si a largo plazo el país redujera el déficit fiscal pidiendo prestado, en vez de hacer lo correcto, recortar el gasto.

El gobierno gasta  porque los líderes populistas relacionan desarrollo con transferencia o reparto de  riqueza, y la verdad es que el desarrollo consiste en crear, no en repartir riqueza. El gran problema de Venezuela, después del chavismo, no radica en una economía en ruinas, sino en algo peor, el espíritu empresarial fue prácticamente sepultado en el país. Se introdujo en Venezuela una cultura del saqueo y el despilfarro.

Para acabar con la inflación solo hay una vía, la rápida,  buena. Hernán Büchi Buc,  miembro de Hacienda durante el gobierno de Pinochet, dijo que la única salida del estatismo al libre mercado era una política de  shock. En  los  casos de Alemania y Japón después de la Segunda Guerra mundial, países con economías severamente destruidas a causa del conflicto, las políticas de control de precios y salarios, agravaron la situación. En los dos países se desencadenaron los problemas que hemos producido en Venezuela durante décadas, producto de los controles,  verbigracia, trueques, mercado negro, escasez.

Los controles llevaron a la paralización de ambas economías. En los dos casos se aplicaron tratamientos de  shock.   En Alemania, en una tarde de un domingo, de un solo «coñazo» como se dice en Venezuela, se suspendieron completamente los controles de precios y salarios; se anunció una política de reforma fiscal para que los gastos del gobierno fueran iguales a los ingresos tributarios y se eliminó el financiamiento del gasto del gobierno a través de la impresión de dinero.

En menos de un mes en Alemania las mercancías se volvían a encontrar en los establecimientos comerciales, porque los precios eran reales, no artificiales. En Japón, se aprobó un tratamiento de choque basado en el “Informe Dodge”, llamado así porque la comisión financiera americana fue dirigida por un banquero de Detroit con ese apellido.

El informe sugiere el mismo tratamiento, recomendaba para Japón una fuerte reducción del gasto del gobierno, la eliminación de los déficit  gubernamentales financiados mediante impresión de dinero y la eliminación de los controles sobre precios y salarios. En pocos meses el milagro se hizo evidente. Como ya dije, abordando el tema de la inflación, Venezuela tiene otra tarea pendiente, y es  cómo abrirse a un mercado libre. Y esto necesita señales correctas de manera pública. Una de ellas consiste en un paquete de medidas destinadas a eliminar los obstáculos a una economía sana.

En Venezuela, al momento de escribir este artículo , existe una ley que yo llamo «la ley de vagos y maleantes», esta legislación ideada por el  chavismo prohíbe a los empresarios despedir a sus empleados desde el primer día de contratados. Aunque todos entendemos  los supuestos nobles principios que la inspiran, la verdad es que una ley así, lejos de evitar el despido, los fomenta. Si Venezuela va a cambiar el modelo, los empresarios deben expandirse y tener libertad para operar y eso pasa por escoger y despedir su personal, según sus objetivos.

Lo otro urgente es enviar a prisión, y acabar con los empresarios parásitos. Los  Raúl Gorrín, Leopoldo Betancourt, creados al amparo del chavismo, en un culto de robo, deben ser extirpados. Esta clase de charlatanes de los negocios, siempre a la par del estatismo para obtener crédito barato, protecciones frente a la competencia, son verdaderos obstáculos en una sociedad económicamente libre. Por otra parte, es urgente una absoluta y expedita destrucción de todas las dificultades para lograr las autorizaciones que satisfagan la posibilidad del establecimiento de nuevas empresas.

Por supuesto, todas estas cosas que planteo son traumáticas, y no hay duda de que producirán problemas y que habrá un periodo difícil, pero  éste debe ser  transitado. Yo soy catolico practicante, me gusta la historia  de la tierra prometida. Pues bien, antes de entrar a la tierra prometida, Moisés y el pueblo de Israel pasaron una larga jornada en el desierto con hambre y sed. En nuestro caso no será un periodo tan largo. Pero lo habrá… Habrá desempleo y  dificultades, pero pronto el asunto tomará su curso.

Para atravesar ese ciclo, es preciso tomar medidas destinadas a los más pobres. Considero que una ayuda directa en efectivo a la gente, basado en el número de hijos en edades escolar, será una buena medida transitoria y  necesaria, más las  que el país estime convenientes. Manuel Rosales, ex gobernador del estado Zulia,  en 2005, impulsó un plan de becas que permitía a los jóvenes entrar a la universidad privada. Tengo una prima económicamente estable en México gracias a ese plan.

Medidas como éstas sin duda, son polémicas, pudieran tildarse como neo-populistas, sin serlo.  En todo caso, en lo único que el país nunca debe volver a creer es en que  los controles de precios y salarios nos ayudarán a salir de la crisis. A través de la historia jamás los controles han aliviado una crisis, siempre la han empeorado. En agosto de 1971, el presidente Nixon impuso controles de precios y salarios para contener lo que consideraba una «atroz» inflación que llegaba a 4,5%. El resultado fue que la inflación se redujo temporalmente y al año siguiente llegó a 12%. Esta es la historia uniforme de los controles. Los controles no son otra cosa que mecanismos inflacionarios.

En dos mil años de historia, no hay un solo ejemplo en que los controles de precios y salarios hayan tenido eficacia para controlar la inflación. Lo que hacen es impedir que el sistema de precios funcione. Y entonces, crean colas, mercados negros, distorsiones. No tengo necesidad de contarles sobre esto a los venezolanos, conocen muy bien la historia.

Entonces, de lo que se trata es de una necesidad real de reducir el tamaño, ámbito y función del gobierno y aumentar, mejorar y fortalecer el mercado libre, la empresa privada y la economía fundada en ellos. Venezuela tomó el camino contrario a dar un énfasis mayor a la libre empresa, a la iniciativa privada y a la cooperación voluntaria, y tomó el atajo de dar preferencia al criterio de que si aparece algún problema, el gobierno lo resolverá, que el gobierno dará subsidios y hay que confiar en el gobierno como el pueblo de Israel en Yaveth de los ejércitos.

Esa filosofía consiste en confiar que el gobierno hará el bien con el dinero ajeno. ¿Quién es tan prudente gastando el dinero ajeno? ¿Acaso no es más prudente cuando el dinero es suyo? La única forma de fortalecer el mercado libre y la empresa privada, es reduciendo al gobierno, transfiriendo actividad al sector privado, reconociendo obstáculos y eliminando subsidios. Venezuela es una mujer enferma. Y una mujer enferma no puede recuperarse sin costo. Si una mujer esta grave, y  ese es el caso de Venezuela; al ser operada caerá en una desaceleración, para  luego volver a caminar. Ahora, si sigue en sus abusos, morirá. El fin de la crisis, el cambio de modelo, no será logrado sin costos.

Es muy poco lo que se puede hacer con un modelo estatista interventor para atraer inversiones extranjeras. Debe haber un periodo de transición complejo, lo otro es engañarse. Es creer que uno a un vecino puede invitarlo a tomarse un café en casa mientras le enseña un bate de béisbol y amenaza con golpearlo. Una vez que el país dé las señales correctas, que indiquen que Venezuela es un lugar seguro para invertir, los inversionistas aparecerán.

Los proteccionismos no ayudarán a resolver los males, los empeorarán. Yo pienso que es difícil hacerles entender a las personas que convertir una cosa en una obligación gubernamental no mejora necesariamente a esa cosa. Por ejemplo el tema de la seguridad social, pensiones, y jubilaciones en Venezuela lleva casi 60 años siendo un desastre, pero nadie parece entender que como otras áreas, si esto se dejara en manos privadas, para que empleados y empleadores, convengan los beneficios de salud, en la forma que lo desea, mejorará.

Los venezolanos estamos hoy muy conscientes de la seriedad de los problemas que como país enfrentamos. Todos tenemos claro que el futuro inmediato va a ser muy difícil, debemos decidir si aliviaremos la fiebre con un tratamiento  intenso o si lo haremos  con paños calientes. Tenemos un problema político y un problema económico. El político lo he explicado de manera bastante insistente, el estatismo, y el económico, como dije, es el inflacionario que está estrechamente ligado a la promoción de un mercado libre. Cuanto más se fortalezca un mercado libre, menores serán los costos de acabar con la inflación.

Hace poco, en Telesur, un canal de propaganda de la izquierda latinoamericana, transmitió una entrevista de Jorge Gestoso a la ex presidenta Dilma Rousseff depuesta de su cargo al frente de Brasil en 2016, por un juicio político. Dilma, una izquierdista del llamado Partido  de los trabajadores, decía que gobiernos de izquierda en todo el continente habían aumentado los salarios y distribuido el ingreso, mientras que países en las economías de libre mercado, invariablemente tenían sueldos parecidos desde hacía 10 años. Aunque el análisis de Dilma estaba repleto de embustes, era increíble que comparara las economías estatistas donde la inflación llegaba hasta 50% con economías en las cuales la inflación no llegaba a 3%, por tanto por más aumentos que hicieran los populistas en América Latina era preferible vivir en países donde el salario fuera real, y no estuviese sometido a los vaivenes de la inflación.

Hay que estar claros que en el caso venezolano el fortalecimiento  del libre mercado no terminará con la inflación per se, como tampoco terminar con la inflación derivará automáticamente en un vigoroso sistema de libre mercado. La causa de la inflación en Venezuela es evidente: el enorme gasto público. Este impuesto encubierto de la inflación genera un enorme daño al inducir a las personas a dedicar un esfuerzo a limitar su posesión de dinero en efectivo. Existe solo una manera de terminar drásticamente con la inflación, consiste en reducir de un día para otro, violentamente, el incremento en la tasa de dinero. Apagar la máquina de impresión. Y el otro paso para lograr la disminución de la tasa de incremento en la cantidad de dinero es reducir el déficit fiscal. Por regla económica, el déficit fiscal puede ser reducido disminuyendo el gasto público, aumentando los impulsos o endeudarse.

Yo escogería  la vía de disminuir el gasto público. Esto afectará inicialmente a los empleados públicos. La disminución del déficit fiscal es un requisito indispensable para terminar con la inflación. Venezuela durante décadas mantiene una inflación entre 20% y 50%, la cual ameritaba una política gradual de eliminación de gasto, que jamás se hizo. Pero después del chavismo donde la inflación llegó al 700%, una eliminación gradual no tiene ningún sentido. Las cosas hay que hacerlas violentamente. Drásticamente.

No existe ninguna manera de eliminar la inflación que no involucra un periodo de severa dificultad. Sin embargo, Venezuela enfrenta una elección entre un periodo largo de desempleo y hambre, si no cambia el modelo, y el de un periodo breve de recesión al tomar las medidas correctas y cambia el modelo. Ese modelo de shock  debe pasar por el compromiso de reducir en un 35% los gastos del gobierno, liberar el dólar de manera transparente (a la fecha de escribir esto lleva  13 años con un control de cambio), recurrir a un endeudamiento externo para invertir en tecnología e información, y un compromiso público del gobierno de que después de seis meses comenzados los ajustes, no financiarán gasto alguno a través de la emisión de dinero; así como la eliminación de la mayor cantidad de obstáculos.

También se deben eliminar los obstáculos a la creación de nuevas instituciones financieras. Así mismo, eliminar la mayor cantidad posible de controles sobre los precios y salarios. El control de precios y salarios no sirve para eliminar la inflación. Ningún obstáculo, ningún subsidio; ese debe ser el espíritu de la nueva Venezuela. Cuando se habla de los daños que las medidas liberales pueden traer, quisiera responder de la manera más honesta y clara: El despido de empleados públicos no reducirá la producción (hoy no producimos nada con una burocracia que llega a 4.5 millones de personas), sino que simplemente eliminará gasto. Esos despidos no significarán la producción de un pan o un par de zapatos menos.

Un programa así de cruento, podría eliminar la inflación en seis meses, y sentaría las bases necesarias para lograr la solución del problema fundamental del país, la promoción de una economía libre de mercado. La eliminación de la inflación llevará a una rápida expansión del mercado de capitales, lo cual facilitará en gran medida la privatización de empresas y actividades que aún se encuentran en manos del Estado. Venezuela debe dirigirse a la liberalización del comercio a una velocidad y en una extensión mayor al de hoy. El mayor error de nuestro país fue concebir el Estado como el solucionador mágico de los problemas, creer que es posible administrar bien el dinero ajeno. Si Venezuela toma el camino correcto, despegará a un crecimiento económico sostenido que proveerá una ampliamente compartida prosperidad. Pero antes Venezuela deberá pasar por un periodo tortuoso de transición.

Me ha tocado analizar, estudiar profundamente la decisión trazada por Pinochet en Chile y por Margareth Thatcher  en Reino Unido, en sus respectivos gobiernos. Y a la reflexión que llego es que una economía liberal es la mejor receta para que el progreso llegue rápidamente a la inmensa mayoría de las personas, especialmente alivianando a las más pobres. Nosotros somos hoy una muestra que la revolución de las armas y las ideologías totalitarias solo traen pobreza y miseria, y que la revolución de las personas con su creatividad y su libertad, es la única revolución que proporciona bienestar social.

Es el libre mercado, son las  ideas de una sociedad libre, las que cambiaron a Chile y el Reino Unido. Lo otro, esa moda populista de la izquierda, es quienes usan el Estado para imponer por la fuerza sus ideas y un modelo destructor. Los populistas consiguen el poder, clamando libertad política, y una vez en el gobierno van contra la libertad económica. Ahí está la crisis de Europa que sella el fracaso de los llamados modelos de Estado de bienestar. La manera de dotar al país de libertad verdadera es permitirle libertad política y económica. Así se permitirá el crecimiento y progreso. Poner límites al poder del Estado y quitárselos a la capacidad inmoral del ser humano.

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Caracas, 01 de mayo de 2017

¿Quién ha dicho que volver a empezar es fracasar? Volver a empezar es volver a soñar, es volver a vivir. Cuantas veces sea necesario, debemos seguir insistiendo. No aceptemos, no permitamos, quedarnos pensando en lo que pudo haber sido. Volver a empezar supone una enorme fe en nuestra propia fuerza, supone también la decisión de tomar un tiempo, un camino difícil, lleno de grandes sin sabores, que nos harán llegar definitivamente a una época de abundancia y prosperidad sin precedentes.

Ningún hombre es una isla. Nadie baja de una montaña con el conocimiento, como el iluminado  Zaratustra al que Nietzsche le da la vida para ir predicando -como un loco recién salido de un manicomio- hacia dónde y por dónde hay que enrumbarse. Así que pretendo ser lo más honesto es este sentido. La solución que expongo, es decir, todo cuanto ha de hacerse «el día después», ya ha sido puesto en práctica en diversas partes del mundo donde los hombres decidieron alejarse del colectivismo, el culto al estatismo y los controles. Así que esta no es una fórmula nueva, es la única forma que el país lleva rechazando por años, luchando contra ello como un guerrero plantado frente a los molinos de viento.

Los problemas de la Venezuela actual son graves, pero no son de reciente origen, esto es una verdad incómoda. Tales circunstancias surgieron de la tendencia al socialismo desde 1958, y la cada vez mayor intervención del Estado en la vida del país. Esta situación invariablemente cultivada por los dos partidos del establishment, Acción Democrática y Copei, alcanzó un clímax terrible durante el régimen chavista.

Nuestra nación es un ejemplo de cómo la restricción a la libertad económica afecta a otras libertades y el derecho a la propiedad. Tanto el acuerdo constitucional de 1961 como el de 1998, constituyen una suerte de salmo al estatismo, concebidos de tal forma que es imposible una economía libre. Dichas constituciones han dicho respetar la propiedad privada, pero son tantos los puntos, las comas,  y los pero que le siguen, que la verdad es que lejos de garantizar sus derechos, los confiscan.

Las constituciones aupadas por los socialdemócratas y luego por los socialistas bolivarianos permitían un poder estatal casi sin límites. A la par de esto, sus chamanes, los intelectuales a su servicio le atribuyeron tales poderes mágicos, que no tenía otro camino que crecer desenfrenadamente, interviniendo en la salud, y la muerte de las personas, en el cielo y en el infierno. El Alfa y el Omega, como el Cristo triunfante de la visión del apóstol Juan en el Apocalipsis. Estando así las cosas, está por delante la obra aún no comenzada de desmontar el andamiaje sobre el cual se instituyó el modelo colectivista que hundió a Venezuela. La tarea no solo es ardua, sino extremadamente compleja. Exige una nueva visión del país, basada en una ética de la autoestima del país y no de su sacrificio altruista.

Reclama un nuevo acuerdo constitucional, con un solo propósito: Limitar los poderes y atribuciones del Estado. Esa tarea exige una rápida y profunda discusión, que  clarifique que los derechos naturales de un ciudadano están  antes – y por encima del Estado, del gobierno, de las constituciones y de cualquier mayoría circunstancial. Quiero  ser enfático al afirmar que  el asunto no consiste en sacar a unos socialistas y sustituirlos por unos socialdemócratas, no. Para mí la solución radica en reinstitucionalizar el país.  

Cuando cambiemos un convenio constitucional que se abstenga de ir  contra el mercado, contra la libertad económica, y en definitiva, contra el derecho a la propiedad inviolable, y en definitiva, contra la libertad, el país comenzará a enrumbarse. Dicho de otra forma, una Constitución totalmente distinta a las de 1961 y la 1999. El país hoy reclama un proyecto de libertad con mayúscula. Y será el proyecto liberal el que haga entrar a Venezuela a la prosperidad, y retornar a la democracia verdadera, no la de utilería, que hoy tenemos, maltratada y sin vocación real por la gente.

Esto  exige obviamente remar contra la corriente, y tener coraje para oponerse al  populismo  como catecismo, y presentar con convicción las ideas que defendemos. Venezuela tiene hoy dos problemas (lleva 50 años teniéndolos con sus bajas y subidas), el primero es la inflación, el impuesto encubierto; y el segundo la ausencia de un mercado libre, que impide el despegue económico de nuestra nación.

La inflación es un fenómeno de los gobiernos, pero sobre todo de aquellos con controles, y con tendencia populista, los cuales necesitan imprimir dinero. Esto pasa desapercibido en muchos lugares donde este fenómeno sucede, mientras usted lee artículo. Sin embargo, Venezuela bajo el yugo del chavismo vivió una situación tan increíble, la gente anduvo con carretas de billetes que en diciembre (2016) el propio gobierno les pidió llevar a los bancos (cuando la inflación hizo perder la fe en la banca como mecanismo de ahorro) que es casi impensable que un venezolano dude de esta tesis: si hay mucho dinero en la calle, hay mucha inflación. Si se imprime mucho dinero, muy pronto vale poco.

Ahora bien, he dicho que la inflación es un fenómeno, no estrictamente, pero sí usualmente vinculado al populismo más irresponsable. La única fuente de producción de dinero en Venezuela es el gobierno. ¿Para qué se usa? Para pagar los gastos del gobierno y esta es la fuente fundamental de la inflación. Esto produce mucho papel moneda en la calle, y muy poco dinero real. Nadie quiere quedarse con sus billetes más tiempo del necesario. De esta forma se estrangula a la estructura financiera, o sea, las instituciones de capital y el mercado de capital conjunto. En un ambiente así, es difícil que la gente tenga incentivos para ahorrar. Un requisito fundamental para que Venezuela tenga un crecimiento en los próximos 10 años, es el establecimiento de un mercado de capitales sólidos.

Para conseguirlo hay que destruir la madre de la distorsión: La inflación. Hay un solo camino y es reducir los gastos del gobierno. En Chile, el gobierno del presidente Pinochet por las recomendaciones de Milton Friedman hizo una reducción del 20% al 25%. Durante los últimos años he leído las recomendaciones del brillante Ricardo Hausmann y Miguel Ángel Santos, dos venezolanos fuera de serie, ellos recomiendan la eliminación del déficit fiscal como fuente de inflación, recurriendo entre otras cosas pidiendo préstamos en el extranjero. Y eso está bien como un plan de transición, pero sería una negación de la realidad, si a largo plazo el país redujera el déficit fiscal pidiendo prestado, en vez de hacer lo correcto, recortar el gasto.

El gobierno gasta  porque los líderes populistas relacionan desarrollo con transferencia o reparto de  riqueza, y la verdad es que el desarrollo consiste en crear, no en repartir riqueza. El gran problema de Venezuela, después del chavismo, no radica en una economía en ruinas, sino en algo peor, el espíritu empresarial fue prácticamente sepultado en el país. Se introdujo en Venezuela una cultura del saqueo y el despilfarro.

Para acabar con la inflación solo hay una vía, la rápida,  buena. Hernán Büchi Buc,  miembro de Hacienda durante el gobierno de Pinochet, dijo que la única salida del estatismo al libre mercado era una política de  shock. En  los  casos de Alemania y Japón después de la Segunda Guerra mundial, países con economías severamente destruidas a causa del conflicto, las políticas de control de precios y salarios, agravaron la situación. En los dos países se desencadenaron los problemas que hemos producido en Venezuela durante décadas, producto de los controles,  verbigracia, trueques, mercado negro, escasez.

Los controles llevaron a la paralización de ambas economías. En los dos casos se aplicaron tratamientos de  shock.   En Alemania, en una tarde de un domingo, de un solo «coñazo» como se dice en Venezuela, se suspendieron completamente los controles de precios y salarios; se anunció una política de reforma fiscal para que los gastos del gobierno fueran iguales a los ingresos tributarios y se eliminó el financiamiento del gasto del gobierno a través de la impresión de dinero.

En menos de un mes en Alemania las mercancías se volvían a encontrar en los establecimientos comerciales, porque los precios eran reales, no artificiales. En Japón, se aprobó un tratamiento de choque basado en el “Informe Dodge”, llamado así porque la comisión financiera americana fue dirigida por un banquero de Detroit con ese apellido.

El informe sugiere el mismo tratamiento, recomendaba para Japón una fuerte reducción del gasto del gobierno, la eliminación de los déficit  gubernamentales financiados mediante impresión de dinero y la eliminación de los controles sobre precios y salarios. En pocos meses el milagro se hizo evidente. Como ya dije, abordando el tema de la inflación, Venezuela tiene otra tarea pendiente, y es  cómo abrirse a un mercado libre. Y esto necesita señales correctas de manera pública. Una de ellas consiste en un paquete de medidas destinadas a eliminar los obstáculos a una economía sana.

En Venezuela, al momento de escribir este artículo , existe una ley que yo llamo «la ley de vagos y maleantes», esta legislación ideada por el  chavismo prohíbe a los empresarios despedir a sus empleados desde el primer día de contratados. Aunque todos entendemos  los supuestos nobles principios que la inspiran, la verdad es que una ley así, lejos de evitar el despido, los fomenta. Si Venezuela va a cambiar el modelo, los empresarios deben expandirse y tener libertad para operar y eso pasa por escoger y despedir su personal, según sus objetivos.

Lo otro urgente es enviar a prisión, y acabar con los empresarios parásitos. Los  Raúl Gorrín, Leopoldo Betancourt, creados al amparo del chavismo, en un culto de robo, deben ser extirpados. Esta clase de charlatanes de los negocios, siempre a la par del estatismo para obtener crédito barato, protecciones frente a la competencia, son verdaderos obstáculos en una sociedad económicamente libre. Por otra parte, es urgente una absoluta y expedita destrucción de todas las dificultades para lograr las autorizaciones que satisfagan la posibilidad del establecimiento de nuevas empresas.

Por supuesto, todas estas cosas que planteo son traumáticas, y no hay duda de que producirán problemas y que habrá un periodo difícil, pero  éste debe ser  transitado. Yo soy catolico practicante, me gusta la historia  de la tierra prometida. Pues bien, antes de entrar a la tierra prometida, Moisés y el pueblo de Israel pasaron una larga jornada en el desierto con hambre y sed. En nuestro caso no será un periodo tan largo. Pero lo habrá… Habrá desempleo y  dificultades, pero pronto el asunto tomará su curso.

Para atravesar ese ciclo, es preciso tomar medidas destinadas a los más pobres. Considero que una ayuda directa en efectivo a la gente, basado en el número de hijos en edades escolar, será una buena medida transitoria y  necesaria, más las  que el país estime convenientes. Manuel Rosales, ex gobernador del estado Zulia,  en 2005, impulsó un plan de becas que permitía a los jóvenes entrar a la universidad privada. Tengo una prima económicamente estable en México gracias a ese plan.

Medidas como éstas sin duda, son polémicas, pudieran tildarse como neo-populistas, sin serlo.  En todo caso, en lo único que el país nunca debe volver a creer es en que  los controles de precios y salarios nos ayudarán a salir de la crisis. A través de la historia jamás los controles han aliviado una crisis, siempre la han empeorado. En agosto de 1971, el presidente Nixon impuso controles de precios y salarios para contener lo que consideraba una «atroz» inflación que llegaba a 4,5%. El resultado fue que la inflación se redujo temporalmente y al año siguiente llegó a 12%. Esta es la historia uniforme de los controles. Los controles no son otra cosa que mecanismos inflacionarios.

En dos mil años de historia, no hay un solo ejemplo en que los controles de precios y salarios hayan tenido eficacia para controlar la inflación. Lo que hacen es impedir que el sistema de precios funcione. Y entonces, crean colas, mercados negros, distorsiones. No tengo necesidad de contarles sobre esto a los venezolanos, conocen muy bien la historia.

Entonces, de lo que se trata es de una necesidad real de reducir el tamaño, ámbito y función del gobierno y aumentar, mejorar y fortalecer el mercado libre, la empresa privada y la economía fundada en ellos. Venezuela tomó el camino contrario a dar un énfasis mayor a la libre empresa, a la iniciativa privada y a la cooperación voluntaria, y tomó el atajo de dar preferencia al criterio de que si aparece algún problema, el gobierno lo resolverá, que el gobierno dará subsidios y hay que confiar en el gobierno como el pueblo de Israel en Yaveth de los ejércitos.

Esa filosofía consiste en confiar que el gobierno hará el bien con el dinero ajeno. ¿Quién es tan prudente gastando el dinero ajeno? ¿Acaso no es más prudente cuando el dinero es suyo? La única forma de fortalecer el mercado libre y la empresa privada, es reduciendo al gobierno, transfiriendo actividad al sector privado, reconociendo obstáculos y eliminando subsidios. Venezuela es una mujer enferma. Y una mujer enferma no puede recuperarse sin costo. Si una mujer esta grave, y  ese es el caso de Venezuela; al ser operada caerá en una desaceleración, para  luego volver a caminar. Ahora, si sigue en sus abusos, morirá. El fin de la crisis, el cambio de modelo, no será logrado sin costos.

Es muy poco lo que se puede hacer con un modelo estatista interventor para atraer inversiones extranjeras. Debe haber un periodo de transición complejo, lo otro es engañarse. Es creer que uno a un vecino puede invitarlo a tomarse un café en casa mientras le enseña un bate de béisbol y amenaza con golpearlo. Una vez que el país dé las señales correctas, que indiquen que Venezuela es un lugar seguro para invertir, los inversionistas aparecerán.

Los proteccionismos no ayudarán a resolver los males, los empeorarán. Yo pienso que es difícil hacerles entender a las personas que convertir una cosa en una obligación gubernamental no mejora necesariamente a esa cosa. Por ejemplo el tema de la seguridad social, pensiones, y jubilaciones en Venezuela lleva casi 60 años siendo un desastre, pero nadie parece entender que como otras áreas, si esto se dejara en manos privadas, para que empleados y empleadores, convengan los beneficios de salud, en la forma que lo desea, mejorará.

Los venezolanos estamos hoy muy conscientes de la seriedad de los problemas que como país enfrentamos. Todos tenemos claro que el futuro inmediato va a ser muy difícil, debemos decidir si aliviaremos la fiebre con un tratamiento  intenso o si lo haremos  con paños calientes. Tenemos un problema político y un problema económico. El político lo he explicado de manera bastante insistente, el estatismo, y el económico, como dije, es el inflacionario que está estrechamente ligado a la promoción de un mercado libre. Cuanto más se fortalezca un mercado libre, menores serán los costos de acabar con la inflación.

Hace poco, en Telesur, un canal de propaganda de la izquierda latinoamericana, transmitió una entrevista de Jorge Gestoso a la ex presidenta Dilma Rousseff depuesta de su cargo al frente de Brasil en 2016, por un juicio político. Dilma, una izquierdista del llamado Partido  de los trabajadores, decía que gobiernos de izquierda en todo el continente habían aumentado los salarios y distribuido el ingreso, mientras que países en las economías de libre mercado, invariablemente tenían sueldos parecidos desde hacía 10 años. Aunque el análisis de Dilma estaba repleto de embustes, era increíble que comparara las economías estatistas donde la inflación llegaba hasta 50% con economías en las cuales la inflación no llegaba a 3%, por tanto por más aumentos que hicieran los populistas en América Latina era preferible vivir en países donde el salario fuera real, y no estuviese sometido a los vaivenes de la inflación.

Hay que estar claros que en el caso venezolano el fortalecimiento  del libre mercado no terminará con la inflación per se, como tampoco terminar con la inflación derivará automáticamente en un vigoroso sistema de libre mercado. La causa de la inflación en Venezuela es evidente: el enorme gasto público. Este impuesto encubierto de la inflación genera un enorme daño al inducir a las personas a dedicar un esfuerzo a limitar su posesión de dinero en efectivo. Existe solo una manera de terminar drásticamente con la inflación, consiste en reducir de un día para otro, violentamente, el incremento en la tasa de dinero. Apagar la máquina de impresión. Y el otro paso para lograr la disminución de la tasa de incremento en la cantidad de dinero es reducir el déficit fiscal. Por regla económica, el déficit fiscal puede ser reducido disminuyendo el gasto público, aumentando los impulsos o endeudarse.

Yo escogería  la vía de disminuir el gasto público. Esto afectará inicialmente a los empleados públicos. La disminución del déficit fiscal es un requisito indispensable para terminar con la inflación. Venezuela durante décadas mantiene una inflación entre 20% y 50%, la cual ameritaba una política gradual de eliminación de gasto, que jamás se hizo. Pero después del chavismo donde la inflación llegó al 700%, una eliminación gradual no tiene ningún sentido. Las cosas hay que hacerlas violentamente. Drásticamente.

No existe ninguna manera de eliminar la inflación que no involucra un periodo de severa dificultad. Sin embargo, Venezuela enfrenta una elección entre un periodo largo de desempleo y hambre, si no cambia el modelo, y el de un periodo breve de recesión al tomar las medidas correctas y cambia el modelo. Ese modelo de shock  debe pasar por el compromiso de reducir en un 35% los gastos del gobierno, liberar el dólar de manera transparente (a la fecha de escribir esto lleva  13 años con un control de cambio), recurrir a un endeudamiento externo para invertir en tecnología e información, y un compromiso público del gobierno de que después de seis meses comenzados los ajustes, no financiarán gasto alguno a través de la emisión de dinero; así como la eliminación de la mayor cantidad de obstáculos.

También se deben eliminar los obstáculos a la creación de nuevas instituciones financieras. Así mismo, eliminar la mayor cantidad posible de controles sobre los precios y salarios. El control de precios y salarios no sirve para eliminar la inflación. Ningún obstáculo, ningún subsidio; ese debe ser el espíritu de la nueva Venezuela. Cuando se habla de los daños que las medidas liberales pueden traer, quisiera responder de la manera más honesta y clara: El despido de empleados públicos no reducirá la producción (hoy no producimos nada con una burocracia que llega a 4.5 millones de personas), sino que simplemente eliminará gasto. Esos despidos no significarán la producción de un pan o un par de zapatos menos.

Un programa así de cruento, podría eliminar la inflación en seis meses, y sentaría las bases necesarias para lograr la solución del problema fundamental del país, la promoción de una economía libre de mercado. La eliminación de la inflación llevará a una rápida expansión del mercado de capitales, lo cual facilitará en gran medida la privatización de empresas y actividades que aún se encuentran en manos del Estado. Venezuela debe dirigirse a la liberalización del comercio a una velocidad y en una extensión mayor al de hoy. El mayor error de nuestro país fue concebir el Estado como el solucionador mágico de los problemas, creer que es posible administrar bien el dinero ajeno. Si Venezuela toma el camino correcto, despegará a un crecimiento económico sostenido que proveerá una ampliamente compartida prosperidad. Pero antes Venezuela deberá pasar por un periodo tortuoso de transición.

Me ha tocado analizar, estudiar profundamente la decisión trazada por Pinochet en Chile y por Margareth Thatcher  en Reino Unido, en sus respectivos gobiernos. Y a la reflexión que llego es que una economía liberal es la mejor receta para que el progreso llegue rápidamente a la inmensa mayoría de las personas, especialmente alivianando a las más pobres. Nosotros somos hoy una muestra que la revolución de las armas y las ideologías totalitarias solo traen pobreza y miseria, y que la revolución de las personas con su creatividad y su libertad, es la única revolución que proporciona bienestar social.

Es el libre mercado, son las  ideas de una sociedad libre, las que cambiaron a Chile y el Reino Unido. Lo otro, esa moda populista de la izquierda, es quienes usan el Estado para imponer por la fuerza sus ideas y un modelo destructor. Los populistas consiguen el poder, clamando libertad política, y una vez en el gobierno van contra la libertad económica. Ahí está la crisis de Europa que sella el fracaso de los llamados modelos de Estado de bienestar. La manera de dotar al país de libertad verdadera es permitirle libertad política y económica. Así se permitirá el crecimiento y progreso. Poner límites al poder del Estado y quitárselos a la capacidad inmoral del ser humano.

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