Yo diría que el cambio más trascendental que ha tenido la Venezuela actual ha sido su transformación de país huésped, país de acogida, para transformarse en un lugar de nostalgias, por los que se han ido y por los que se están yendo. La Venezuela actual dejó de ser el puerto de llegada para convertirse en el lugar convergente de los que tienen sus afectos en lugares distantes.
Nunca pensamos que esto pudiera suceder y nos parecían heroicos nuestros abuelos que atravesaron el océano, en la búsqueda de un mejor lugar para vivir y se instalaron en él y allí hundieron sus raíces. Ellos, que forjaron una nueva vida en este territorio, llenos de entusiasmo y agradecimiento por la acogida, no podían imaginar que la misma sed de nuevos espacios que los hizo llegar hasta acá, también se manifiesta en su descendencia, que ahora está en la búsqueda de nuevos destinos.
El éxodo de los venezolanos hacia el exterior se basó en el deseo de transformaciones socio-económicas que permitan huir de esa parte de nuestra realidad que nos pesa demasiado, porque se contradice con nuestra historia y con nuestros valores.
El hecho de que existe una Venezuela inmigrante no es de aceptación fácil y es así como muchos se niegan a reconocerlo porque nuestra generación se formó creyéndose dueña del pasado y del futuro de sus hijos, sin prever los cambios sorpresivos como el que ahora nos afecta.
Los diferentes fenómenos que han operado sobre todos los países, sin exclusión alguna, tales como las facilidades de intercambio; la permanente comparación de lo nuestro con el desarrollo tecnológico de las culturas de América del Norte y de los países europeos; la dependencia tecnológica cada vez más intensa de nuestros jóvenes que cultivan el legítimo deseo de ir a las fuentes de ese conocimiento y así el de estar en el centro donde se forman los grandes adelantos de la civilización occidental; el empobrecimiento gradual de nuestros países ante la pérdida del valor de la moneda, todo ello ha creado un afán de trasladar el núcleo de las actividades vitales hacia los países más desarrollados.
Es difícil encontrar una familia venezolana que no tenga por lo menos una rama de su grupo domiciliado en forma definitiva o cuasi definitiva en otra parte del mundo. No han importado las diferencias idiomáticas, las contrastantes costumbres, las presiones políticas para impedir que los más jóvenes sientan el atractivo del mundo exterior que les ofrece mejores salarios, mayor seguridad física y económica y mejores opciones profesionales. Es así como se ha producido el primer proceso de salida pero al mismo han seguido otros, al punto que, nuestra situación actual, es muy semejante a la que tuvieron los países europeos y asiáticos en los albores del siglo XX en la cual las convulsiones internas y las depresiones económicas, hicieron que sus hijos buscaran nuevos horizontes donde arraigarse.
¿Qué debemos hacer ante todo esto? Indudablemente crecer en la oferta de una vida más sana; de una sociedad más comprensiva y menos exigente, de un ambiente mejor cuidado, del cultivo de las tradiciones enriquecedoras de nuestros valores de los cuales surgieran; en el mantenimiento permanente de las bellezas naturales y de los valores artísticos y ecológicos.
Esa es la política que nos corresponde poner en práctica y, es posible que, dentro de unos años, el proceso se revierta y, si no pueden regresar nuestros hijos porque tienen ya demasiadas ataduras, esperar el regreso de nuestros nietos.
Fuente: Panorama.com
http://www.panorama.com.ve/opinion/Lea-en-Opinion-Venezuela-inmigrante-20160612-0006.html