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El viaje del emigrante

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Autor: José Antonio Puglisi

La historia venezolana cambia con tanta rapidez que parece haber pasados siglos desde que, escapando de la crueldad de la Segunda Guerra Mundial, los ciudadanos europeos llegaron a las costas del país. Un grupo de personas que, tras haberlo perdido todo, tenía la fuerza para comenzar de cero y trabajar, de forma inagotable, por alcanzar el sueño de una nueva vida.

Haciendo caso omiso a nombres despectivos como musiú, los emigrantes encontraron la voluntad para adaptarse a la nueva sociedad, aprender su idioma, compartir su cultura y, con el paso de los años, alzar orgullosos la cabeza y admitir que eran ciudadanos de dos países unidos en un solo sentimiento. A cuántos inmigrantes no hemos escuchado decir que son venezolanos cuando se les pregunta: ¿y usted, de dónde es?

Ahora, la moneda muestra su otra cara y son los aeropuertos venezolanos los que están abarrotados de ciudadanos en búsqueda de un nuevo futuro en Europa, Estados Unidos o Asia. Las mismas personas que observaron llegar a portugueses, españoles, alemanes e italianos con pesados baúles llenos de recuerdos, son quienes ahora despiden a hijos y nietos mientras arrastran dos maletas a lo largo de un terminal internacional.

Si bien la situación ha dado un giro de 180 grados, el triste sentimiento del emigrante permanece inmutable en el tiempo. Parece inevitable. El dolor está presente desde aquel momento en que se descubre que el futuro está esperando lejos de casa y que cada paso que se da le distanciará de sus familiares, amigos y toda una vida que parecía ya estaba establecida. Un borrón y cuenta nueva que requiere de valentía y de esperanza suficiente para afrontar todos los riesgos y barreras que están en el camino.

Indiferentemente si el inmigrante salió en un gran barco en Europa o en un avión en La Guaira, su trayecto es casi el mismo. Al comienzo, la sensación de aventura que siempre conlleva el descubrir un nuevo país, su cultura y su funcionamiento. Una experiencia que, si bien es intensa y siempre marcará los primeros recuerdos del emigrante, suele verse acortada por la escasez de los recursos financieros y la necesidad de adaptarse, lo antes posible, a la nueva vida.

Una adaptación que, en la mayoría de los casos, podría compararse con un camino en el desierto. Un sendero confuso y complejo en el que, mientras más se avanza, las fuerzas van debilitándose, el rumbo parece confuso y la esperanza de una vida mejor parece ser un espejismo inexistente. El florecimiento del miedo resulta normal, pero es necesario que sea controlado para evitar caer en arenas movedizas de las que resulta imposible escapar (como actividades delictivas o ilegales) o perderse entre las dunas hasta que, finalmente, se decide regresar a casa con el sueño inalcanzado.

Como en todo desierto, el peligro es constante. Los emigrantes deben superar pruebas que serán difíciles, al mismo tiempo que evitan a los grandes depredadores: personas que, conscientes de las necesidades del inmigrante, intentan sacar el mayor provecho de su inexperiencia y les obligan a permanecer en una situación deplorable y humillante por su beneficio individual. A lo que se suman los casos de denigración o xenofobias presentes en todos los países del mundo en mayor o menor medida.

Sin embargo, no se trata de una invitación a la desesperanza. Un importante número de emigrantes alcanzan con éxito establecer una nueva vida, escalar profesionalmente y ser un ejemplo de superación para el resto. Los venezolanos, acostumbrados a tener que superar dificultades, suelen posicionarse en los nuevos países y aportar su experiencia, carisma y esfuerzo. Una suma de cualidades que, integradas al espíritu emprendedor del caribeño, hace que sean cotizados por grandes empresas internacionales.

Lamentablemente, la situación nacional ha impulsado una fuga de cerebros que, si bien están dejando el nombre del país por lo alto internacionalmente, también están llevando su potencial a otros lugares distantes a Venezuela y su población. Una trágica realidad a la que sólo se puede culpar al Gobierno, quien ha sido incapaz de promover un entorno idóneo para que sus ciudadanos puedan progresar y desarrollarse; construyendo sólo una nación dominada por la delincuencia, la represión política, una economía débil y pocas perspectivas de mejora.

Aún resulta muy pronto para realizar un balance del éxito de la migración venezolana, más aún cuando un importante porcentaje de la población está esperando la oportunidad de construir en el extranjero un futuro que considera imposible de alcanzar en el país, lo que demuestra que es un fenómeno aún vigente en la sociedad. Una situación que, cada día, impulsa a los más jóvenes a llenar sus maletas con sus esperanzas y partir hacia una tierra que hace años parecía condenada a quedarse vacía.

@JosePuglisi
Publicado en: http://informe21.com/blog/jose-antonio-puglisi/el-viaje-del-emigrante

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Autor: José Antonio Puglisi

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Haciendo caso omiso a nombres despectivos como musiú, los emigrantes encontraron la voluntad para adaptarse a la nueva sociedad, aprender su idioma, compartir su cultura y, con el paso de los años, alzar orgullosos la cabeza y admitir que eran ciudadanos de dos países unidos en un solo sentimiento. A cuántos inmigrantes no hemos escuchado decir que son venezolanos cuando se les pregunta: ¿y usted, de dónde es?

Ahora, la moneda muestra su otra cara y son los aeropuertos venezolanos los que están abarrotados de ciudadanos en búsqueda de un nuevo futuro en Europa, Estados Unidos o Asia. Las mismas personas que observaron llegar a portugueses, españoles, alemanes e italianos con pesados baúles llenos de recuerdos, son quienes ahora despiden a hijos y nietos mientras arrastran dos maletas a lo largo de un terminal internacional.

Si bien la situación ha dado un giro de 180 grados, el triste sentimiento del emigrante permanece inmutable en el tiempo. Parece inevitable. El dolor está presente desde aquel momento en que se descubre que el futuro está esperando lejos de casa y que cada paso que se da le distanciará de sus familiares, amigos y toda una vida que parecía ya estaba establecida. Un borrón y cuenta nueva que requiere de valentía y de esperanza suficiente para afrontar todos los riesgos y barreras que están en el camino.

Indiferentemente si el inmigrante salió en un gran barco en Europa o en un avión en La Guaira, su trayecto es casi el mismo. Al comienzo, la sensación de aventura que siempre conlleva el descubrir un nuevo país, su cultura y su funcionamiento. Una experiencia que, si bien es intensa y siempre marcará los primeros recuerdos del emigrante, suele verse acortada por la escasez de los recursos financieros y la necesidad de adaptarse, lo antes posible, a la nueva vida.

Una adaptación que, en la mayoría de los casos, podría compararse con un camino en el desierto. Un sendero confuso y complejo en el que, mientras más se avanza, las fuerzas van debilitándose, el rumbo parece confuso y la esperanza de una vida mejor parece ser un espejismo inexistente. El florecimiento del miedo resulta normal, pero es necesario que sea controlado para evitar caer en arenas movedizas de las que resulta imposible escapar (como actividades delictivas o ilegales) o perderse entre las dunas hasta que, finalmente, se decide regresar a casa con el sueño inalcanzado.

Como en todo desierto, el peligro es constante. Los emigrantes deben superar pruebas que serán difíciles, al mismo tiempo que evitan a los grandes depredadores: personas que, conscientes de las necesidades del inmigrante, intentan sacar el mayor provecho de su inexperiencia y les obligan a permanecer en una situación deplorable y humillante por su beneficio individual. A lo que se suman los casos de denigración o xenofobias presentes en todos los países del mundo en mayor o menor medida.

Sin embargo, no se trata de una invitación a la desesperanza. Un importante número de emigrantes alcanzan con éxito establecer una nueva vida, escalar profesionalmente y ser un ejemplo de superación para el resto. Los venezolanos, acostumbrados a tener que superar dificultades, suelen posicionarse en los nuevos países y aportar su experiencia, carisma y esfuerzo. Una suma de cualidades que, integradas al espíritu emprendedor del caribeño, hace que sean cotizados por grandes empresas internacionales.

Lamentablemente, la situación nacional ha impulsado una fuga de cerebros que, si bien están dejando el nombre del país por lo alto internacionalmente, también están llevando su potencial a otros lugares distantes a Venezuela y su población. Una trágica realidad a la que sólo se puede culpar al Gobierno, quien ha sido incapaz de promover un entorno idóneo para que sus ciudadanos puedan progresar y desarrollarse; construyendo sólo una nación dominada por la delincuencia, la represión política, una economía débil y pocas perspectivas de mejora.

Aún resulta muy pronto para realizar un balance del éxito de la migración venezolana, más aún cuando un importante porcentaje de la población está esperando la oportunidad de construir en el extranjero un futuro que considera imposible de alcanzar en el país, lo que demuestra que es un fenómeno aún vigente en la sociedad. Una situación que, cada día, impulsa a los más jóvenes a llenar sus maletas con sus esperanzas y partir hacia una tierra que hace años parecía condenada a quedarse vacía.

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Publicado en: http://informe21.com/blog/jose-antonio-puglisi/el-viaje-del-emigrante

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